





Se escuchaban muchas voces gritar: ¡No te vayas! Me urgía encontrar mi celular, pero no estaba por ningún lado. Y escuchaba nuevamente esas voces gritar: ¡No te vayas! No entendía nada, estaban pasando muchas cosas, pero era incapaz de reaccionar. ¿A dónde iba a ir? Necesitaba mi celular, me urgía hablar. Pi-pi-pi-piiii… ¡no te vayas! Se me hacía corto el tiempo… Pi-pi ¡Fuerza! Era inútil, el celular no aparecía. Estaba cansada. Me empezó a faltar el aire. Algo me impedía respirar. Me desesperé, me dio susto y me acordé que había chocado. Los gritos eran para mí, pero era tarde. Quise hablar, no pude. Moverme, no pude. Estaba cansada. Tan cansada. El celular ya aparecería, después podría hablar. Y las voces nuevamente se escuchaban. Pi-pi-pi-pi, ¡por la cresta! se nos… Algo presionó mi pecho y desperté sola en la sala de un hospital, habían pasado dos horas desde que me habían reanimado.
Siempre supe que había chocado, que me costó respirar, que encontrar el celular era parte de un sueño, pero un mes después me enteré de que mi corazón se había detenido.
¿Estuve muerta y fui la última en saber? ¿Tú sabes cuándo se está muerto?¿Cuando el corazón deja de palpitar o la cabeza ya no funciona?. Ese día una fuerza transparente me venció. Ese día entendí que las barreras físicas sobran, que es mejor arrepentirse por lo hecho que por eso que dejaste de hacer.
Confesiones. Si quiero llorar, lloro. Reir, rio. Bailar, bailo. Dormir, duermo. Jugar, juego. Pararme frente a mil gente a hacer el ridículo, lo hago. El corazón me late. Sí me late. Me late de pena, alegría, emoción y mil sensaciones. Lo puedo sentir. Y si algún día este motor se frena ya sé que no son las personas o el resto de mi cuerpo los responsables, sino esa fuerza indescriptible que está todo el tiempo ahí esperando algún día volver a detenerme.